Así fue como al día siguiente la ciudad se llenó de
gente para despedir al ejército libertador de Kalad. Las ventanas de todas las casas ubicadas
sobre la avenida principal estaban abiertas de par en par y los chicos se
empujaban en la calle tratando de obtener la mejor ubicación.
En ese momento, los portones de la muralla exterior
del castillo se abrieron en toda su extensión y el ejército salió a través de
ellos. El mismo consistía en trecientos jinetes y un millar de combatientes a
pie entre caballeros, lanceros, arqueros y escuderos. Al frente de ellos, con
un jubón azul con un águila bordeada en el pecho sobre su armadura plateada; y
montado sobre su robusto corcel blanco Estrella del Sur, lideraba la marcha el príncipe
Sir Ronwan. Llevaba el yelmo en la mano dejando su rostro al descubierto para
que su pueblo pudiera observarlo. Al tiempo que recorría la avenida, centenares
de rosas caían a su paso.
Un poco más atrás se encontraban los viajeros que
habían venido a solicitar la ayuda de Ludsur. En el centro sobre el caballo
elfico que la había llevado desde la salida de Nagsur iba la princesa Beljun
que llevaba puestos pantalones y botas de montar y estaba protegida por un
tejido de anillas de diamantina y un yelmo de plata con la forma de una
gaviota. Ceñido en su cinturón llevaba una espada corta. Todos obsequios de sus
majestades. A su izquierda se ubicaba Gortling quien iba montado sobre un poni
de las caballerizas reales y llevaba puesto su armadura, la cual había sido
restaurada lo mejor que se pudo por los herreros de Ludsur durante su breve
estancia en el castillo. A la derecha, sobre el otro de los caballos élficos,
vestido con su armadura de cuero y con sus dos espadas en la espalda viajaba
Sachel.
-Bonito espectáculo- dijo en tono burlón Gortling –no
se si estoy yendo a la guerra o presenciando un desfile-.
-Calla Gortling- espetó la princesa –no debemos
ofender a quien nos brinda la herramienta para salvar a nuestros reinos-
-También están salvando al suyo- respondió Gortling
–si Kalad cae no pasará mucho tiempo antes de que Hadrag ataqué Nagsur.
En ese momento callarón, ya que un caballero se
acercaba a galope donde estaban ellos. Se trataba de Sir Argolath.
-Mi señora- hablo el caballero –esperó que no los
incomode que viaje con ustedes. El Rey me pidió que colaborara con sus
guardianes en su protección. Además me gustaría seguir conversando con Sachel
sobre su padre y quizás conocer un poco mas de vuestra boca y de la de su noble
compañero guerrero del reino al que nos dirigimos-.
-Es un gran honor contar con vuestra compañía Sir
Argolath- respondió la princesa en tono amable. Sin embargo, el viejo caballero
no le inspiraba la misma confianza que Sachel y Gortling y no se sentía tan cómoda
de hablar abiertamente encontrándose cerca. Por otra parte pensó en Sachel.
Ella también había perdido a sus padres y le gustaba escuchar a su primo cuando
les relataba historias de ellos. Sir Argolath podría ayudar a terminar de curar
las cicatrices que había en su corazón. En ese momento giro la cabeza para
mirarlo un instante y despertaron en ella sentimientos que no había tenido
hasta ese momento. Volvió a girar la
cabeza e intentó apartar esos pensamientos de su cabeza. En este momento en lo
único que debía pensar era en su pueblo y en rescatar a su primo.
El ejército avanzó lento aquel día, pero al acampar
por primera vez ya habían dejado muy atrás a Nagsur. Para ese entonces la
princesa ya había despejado de su cabeza la confusión que le había provocado
Sachel esa mañana, pero ese sentimiento extraño ahora había dejado lugar al
temor; el temor de tener que cruzar nuevamente Nagsur. El terror de volver a
tener que enfrentar las horrendas criaturas conocidas como Orcos.